"De Psicoanálisis a Esquizoanálisis: los polos de lo inconsciente: Para una genealogía clínica de lo esquizo, lo paranoide, y los parano-analistas" - Por Sergio D. Ragonese

 

De Psicoanálisis a Esquizoanálisis: los polos de lo inconsciente:  Para una genealogía clínica de lo esquizo, lo paranoide, y los parano-analistas

Sergio D. Ragonese









La propuesta de este texto es traer un acercamiento desde un ángulo psi a algunos conceptos (no exclusivamente psi) que abordan estos autores al formular su propuesta de esquizoanálisis, y cuyo phyllum, cuya genealogía, considero que suele ser desconsiderada y/o confundida, sino desconocida. Parto de la impresión de que los profesionales y estudiantes de este campo que abordan la obra de Deleuze y Guattari no sólo pueden tener dificultades con las referencias de filosofía política o general, antropología, lingüística, literatura, etc, sino también con las que derivan específicamente de dicho dominio “psi”. Las nociones de los polos del inconsciente, nombrados también polos del delirio, del deseo, etc, son el caso ejemplar que tomaré aquí y que permitirá dar el puntapié: estos son denominados paranoico y esquizofrénico, pero no se trata de referencias directas a entidades clínicas en sí (diagnósticos psicopatológicos individuales), sino a tomar los tipos de delirio correspondientes como modos de funcionamiento de lo inconsciente, del deseo, del sentido y la percepción[1]. En lo que sigue, realizaré un pequeño recorrido genealógico pasando por algunas nociones psicoanalíticas que podrían clarificar la construcción de aquellos conceptos esquizoanalíticos, considerando el lugar que distintas teorías le brindan a las psicosis asociadas a dichos términos y a la locura, en sentido amplio[2]. Creo que es preocupante el hecho de que la obra del dúo francés haya sido tan incomprendida en los ambientes psi, pero también lo es el hecho de que la amplia mayoría de quienes estudian a estos autores en profundidad (aún profesionales psi u otros terapeutas) no estudien con seriedad a los psicoanálisis con los que este dialoga también. Para intentar ayudar a tal actitud de investigación, que permitiría debates más serios que los actuales (demasiado anti unos de los otros como para poder discutir con argumentos) trataré de ser lo más claro que me sea posible. Por otra parte, hacia el final del texto propondré las nociones de paradigma terapéutico hegemónico y parano-analista, que intentarán ser operativas para re-situarnos en relación a problemas clínicos, epistémicos, y sociales.

a. Breve panorama general de nuestros autores de referencia:

Cuando Gilles Deleuze y Félix Guattari se conocen, en 1969, éste último trabajaba en el hospital psiquiátrico de La Borde (ya desde inicios de los 50´s) y militaba en partidos de izquierda (desde antes). En tanto que analista individual, grupal, “animador”, y apasionado por la filosofía, van a preocuparle, entre otras cuestiones, la reproducción práctica de abordajes segregativos de la locura y la extensión de los usos del psicoanálisis que no trabajan en una perspectiva contraria a la opresión social de una clase por sobre otra. Por su parte, él halla entonces en Gilles Deleuze a alguien ocupado en ubicar la locura como una potencia del pensamiento y no como un error, un fracaso, o un desvío a corregir o desacreditar. Entre ambos construirán una compleja máquina no sólo teórica, sino una analítica concreta dentro de la cual las figuras del indócil, el desobediente, el loco, el desviado, el degenerado, el revolucionario, el anormal (y el anormal), pero también la mujer y el niño (cada cual a su modo), tomarán lugares valiosos para re-pensar la subjetividad, el deseo, y lo social.  Cuando Deleuze y Guattari escriben su primer libro juntos, van a formular la idea de que “el” psicoanálisis tiende a pensar el psiquismo no sólo desde el familiarismo (y desde un lugar a-crítico para con la reproducción social) sino también con lo que ellos conceptúan como un polo paranoico-segregativo (que mencionaremos más adelante); tal familiarismo (conservador de todas las relaciones sociales hegemónicas burguesas) tiñe la conceptualización acerca de las neurosis, la psicosis, la infancia, etc. Inspirados en Levi-Strauss refieren que el Edipo del niño es una idea del varón, adulto, padre, y paranoico (ya aquí no se refieren a la persona con tal diagnóstico psicopatológico, sino a quien agarrota el saber y lo afirma como Verdad). Edipo, así, expresa el temor del déspota-patriarca a perder su lugar de seguridad y poder; él es quien (supuestamente) entiende y dice lo que le sucede al niño (que no tiene voz ni voto), y lo sanciona con recelo.

b. La denostada escuela inglesa de psicoanálisis y algunas derivas. Locura y realidad:

Melanie Klein aportó una lectura novedosa del psiquismo infantil, como es sabido, pero también ha contribuido a una consideración teórica inédita en psicoanálisis respecto de qué serían lo esquizo y lo paranoide, al pensarlo desde las ansiedades/angustias tempranas. Formuló su posición paranoide en los 40´s, como el primer modo de organización de lo que sería un yo precario y primitivo, y unas relaciones de objeto en los primeros 3 meses de vida[3] (Klein, 1975/2015). No es un dato menor que Klein haya empezado por postular que aquel yo temprano y su dinámica pulsional y objetal, partían de una organización mínima yoica y paranoide, remitiendo este adjetivo al temor persecutorio de ser atacado por el entorno (luego de haber proyectado en él una pulsión de muerte innata). Conceptuar a otro a partir de lo propio es un mecanismo harto conocido: tal organización incipiente, aquel “yo” en los comienzos de la vida humana individual no es sino otro supuesto de adultos paranoides. Y luego Lacan mismo señalará un núcleo paranoide en el funcionamiento del yo.

Lo esquizo que Melanie Klein agregará luego a aquella posición, remite a los procesos de escisión y disociación, que también serán articulados a lo destructivo de la pulsión de muerte (la cual Freud ya refería como un desligar, y aquí sería un desmembrar aquella organización precaria). En este modelo teórico, se leerá la psicosis del adulto como aquella preparada por particulares modos tempranos de transitar las ansiedades de esta posición. Sin embargo, y esto es importante, tal posición (esquizo-)paranoide no sería exclusiva de tales adultos; el resto de los seres humanos también operaríamos por regresiones transitorias a dicha posición, como mecanismos de defensa frente a la angustia/ansiedad (y lo esquizo en ello se vería en las ocasionales rupturas del hilo lógico del discurso y en la desconexión entre palabras, o entre pensamiento y acción) (Ídem: 23). Así, en el modelo kleiniano todos podemos estar tomados en afectos hacia lo paranoide, esquizoide, o depresivo, sin que haya algo como una estructura de la personalidad que se organice al modo que corresponde a las entidades aisladas por la psicopatología bajo cada uno de esos nombres. Ahora bien, el analista, según ella, debe trabajar en el sentido de la integración y la síntesis de lo disociado (lo cual se lograría en la llamada posición depresiva), interpretando las causas de la escisión para lograr un progreso[4] en la relación del yo con los objetos (Ídem: 29). Como vemos, en Klein el inconsciente es un saber ya sabido (por ella o el analista de turno). Un poco más conocida de esta teoría es la conceptualización de los objetos parciales, a la cual Deleuze y Guattari remiten en múltiples ocasiones, pero ellos no los conceptuarán como necesitados de ser superados hacia un objeto total (no son hegelianos como la Sra. Klein, que busca sintetizar). En esta escuela inglesa del psicoanálisis, lo pulsional proyectado va a dominar la escena conceptual, y en la técnica clínica esto repercute de modo que los analistas harán esfuerzos para no cambiar elementos en sus consultorios ni modificar su vestimenta o aspecto personal, ya que todo lo que emerja en sesión debería ser la proyección pura del psiquismo individual del paciente (por ende: el analista no podrá pensarse a sí mismo más que influyendo negativamente). El ideal científico positivista de la neutralidad, observar sin participar, se ve llevado al extremo. Nunca hasta entonces el psicoanálisis fue tan individualista y tan conservador, tan reaccionario, liberal, opresor, biologicista, y naturalizado. Eso es sabido; sin embargo al mismo tiempo, y curiosamente, nunca hasta entonces había sido menos prejuicioso con las psicosis: hace al psicoanálisis hablar de posiciones y núcleos psicóticos como parte de cada cual (y más allá de lo psicopatológico), no sólo en el pasado sino también como un posible virtual abierto.

Algo más sobre Klein: la interpretación analítica lleva a actualizar una posición depresiva: en gran cantidad de sus relatos clínicos Melanie relata cómo sus pacientes se quedan apáticos, caen en la desidia, en la indiferencia, ¡y ella lo lee como un acierto! (Ídem: 28)[5]. Justamente, las operaciones de Klein para llevar al paciente a la posición depresiva serán las que podría hacer un analista que codifica y bloquea el deseo (según diremos con Deleuze y Guattari) y que está ubicado en un polo paranoide; es eso lo que hemos llamado un parano-analista (quien sabe leer la Verdad y la revela): explicar, dar pleno sentido, unificar, sintetizar, reconocer, restituir, etc. Retomaremos esto más tarde.

Pero antes de proseguir, recordemos algunos elementos de la teoría de Sigmund Freud: a él nunca le parecieron correctas las denominaciones de demencia precoz (Kraeplin) ni la de esquizofrenia (Bleuler) para la entidad psicopatológica en cuestión. En su historial del Caso Schreber (que él lee desde el complejo paterno, Klein desde la proyección-persecución, la escisión del yo y los objetos, Lacan desde una operatoria significante, y Deleuze y Guattari desde lo histórico-político-social y la relación deseo-cuerpo sin órganos), nos habla de su desacuerdo con la denominación de esquizofrenia (literalmente mente escindida), dado que lo esquizo no sería lo exclusivo (ni esencial) de tal cuadro psicopatológico, sino un postulado teórico general respecto del funcionamiento psíquico en relación a sus mecanismos de defensa (visibilizados, en principio, en las neurosis). Por ende, propone otra denominación para la entidad clínica, una más ajustada a lo que observa en dicho caso: parafrenia (Freud 1962/1991: 70), la cual hace notoria la juntura entre paranoia y esquizofrenia.

Anteriormente, en 1908 en una carta a Jung, Freud le dice a éste que “existe, entonces, por decirlo así, una paranoia inconsciente, que se hace consciente en el curso del psicoanálisis”, y en la oración siguiente agrega “por medio del análisis llevamos a los histéricos por el camino de la demencia precoz” (citado en Allouch, 1997:106). Esta última frase no contradice a la anterior, sólo indica una dirección de la cura, de la que Jean Allouch agrega pertinentemente: 1) Freud-Jung utilizan en estas cartas de 1908 la denominaciones paranoia y demencia precoz como equivalentes, de modo que, según se desprende del contexto de dichas cartas, análoga su psicoanálisis a una paranoización (ídem) (notemos que será opuesta a la esquizofrenización que propondrán Deleuze y Guattari); 2) Llevar por el camino no implica convertir al histérico en paranoico (ni en esquizofrénico, en la propuesta del dúo francés), sólo transitar una vía análoga. Y justamente lo que habría que investigar es “¿análoga en qué punto?”

Otra idea freudiana que también concederá un lugar en “El” psiquismo (todo psiquismo) a un síntoma que hasta entonces era asignable exclusivamente a los fenómenos psicóticos, es la de que la primer huella mnémica sería el signo perceptual (representación-cosa, representación no verbal) de una alucinación de deseo (la famosa vivencia alucinatoria de satisfacción). Con lo cual, lo que pone la piedra fundacional de cada aparato psíquico sería una inadecuación a la realidad, vía percibir un pecho que colma plenamente (en ese momento), un pecho alucinado.

Por último en las distinciones freudianas, tenemos en gran estima una idea en la distinción neurosis-psicosis de 1924 (la cual parecería tener ecos posteriores en Winnicott): “Llamamos normal o sana a una conducta que aúna determinados rasgos de ambas reacciones: que, como la neurosis, no desmiente la realidad, pero, como la psicosis, se empeña en modificarla” (1961/2006, 195). Luego de ello, nos refiere que tal conducta normal (repárese en que aquí no habla de persona normal), “adecuada a fines”, intenta modificar efectivamente algo en el mundo exterior, en lugar de producir una modificación interna, como ocurriría en las entidades psicóticas. Con Deleuze y Guattari (y con Foucault) será muy claro quiénes son los que obran así, y que jamás han sido denominados normales (estos están más ligados a la imagen que Freud nos da del neurótico, en quien prima el vasallaje-obediencia frente a las demandas de la realidad exterior… o sea: el que pierde allí es el deseo).    

Retomemos aquí las escuelas inglesas: en ruptura teórica con Klein, Donald Winnicott irá postulando que los estados de no-integración serían primarios con respecto a todo tipo de organización-integración. Él no partirá, como ella, de un yo primitivo ya organizado, temeroso, y de algún modo pensante sobre su entorno, sino precisamente de lo desorganizado y del hacer experiencia (sin poder pensarla todavía). En relación a eso, ya en 1952 postula lo que llama espacio transicional y llega a denominar zona intermedia de locura (1958/1999: 307), que no tiene relación alguna con lo psicopatológico, sino por el contrario: implica sentir la vida y hacer una experiencia en un campo no yoico ni de relación de objeto, un campo inasible del “entre”, que se vuelve a abrir en el jugar (como en el arte, la espiritualidad, y la experiencia cultural). Se trata del jugar en tanto verbo, no del juego como sustantivo (mucho menos de interpretarlo, como Klein). Winnicott plantea entonces que los pacientes esquizoides son los que están de lleno en el problema del sentir la vida, y que estos enseñan a los analistas a considerar una dimensión que no tiene nada que ver con lo pulsional y que no se ha desarrollado en la teoría. Al hablar de esquizoides se refiere a quienes evidencian un marcado desinterés por el mundo, una profunda retracción libidinal (lo que Bleuler denomina el autismo del esquizo), pero no poseen los síntomas característicos de la entidad clínica esquizofrenia (ni los del espectro autista). Los considera más cerca de una posible salud (creativa y ligada a la experiencia), que a aquellos pacientes exitosa y racionalmente adaptados a la realidad que buscaba Freud (Winnicott, 2013: 115-118). La adaptación exitosa a la realidad para este inglés sería efectivamente patologizante. El sólo poder jugar si se conocen y entienden previamente las reglas produciría robots que existen y hablan un lenguaje muerto (como él decía de los kleinianos), no seres sensibles que viven y experimentan. La mera cordura es pobreza, referirá en repetidas oportunidades, con lo cual es claro que su teoría de la locura no está orientada por una voluntad de clasificación nosográfica y es aún mucho más positiva que en las otras concepciones psicoanalíticas. Sostendrá que para animarse a jugar y para inventar nuevos juegos hay que arriesgarse a una experiencia que no estará previamente estructurada; su supuesto es que lo desestructurado puede liberar terapéuticamente, al revés que en Klein, para quien eso sólo llevaría a más ansiedad y mecanismos de defensa (por ej: por amenaza de fragmentación). Pero Winnicott pensará la posibilidad de construir salud como algo quizás más valioso que el atacar patologías (otra clínica). Además, en este modelo teórico-clínico analizar a alguien será analizar un ambiente: el bebé (y el adulto) en tanto individuo-isla no existe. En lugar de buscar el átomo que funciona mal, se va a estudiar el sistema de relaciones que engendra padecimiento (otra epistemología). Un concepto de este autor, referido más explícitamente por Deleuze y Guattari, será el de objeto transicional, el cual el psicoanálisis dominante restringe a la infancia individual y lo ubica como un avatar en la relación con la madre (algo a ser superado en la linealidad del desarrollo), mientras que el inglés lo extendía a toda la vida y en especial a la experiencia cultural[6] (Winnicott, 1971/2013: 157). Otro procedimiento que se podría llamar pre-esquizoanalítico de este pediatra y analista será el de captar lo disociado sin negarlo ni integrarlo, y en ocasiones, ni siquiera entenderlo; la distancia con Klein aquí, como con lo pulsional y lo individual, es máxima (Ibídem: 124-133). Lo que no constituirá un aspecto esquizo positivo para él, sino una organización defensiva, será lo que él llama miedo al derrumbe (breakdown) (1989/2015: 111), y que puede llevar a una invulnerabilidad para con el otro. Así, tenemos en este autor una distinción clave entre la introversión y retracción libidinal del estado esquizoide (que no es claramente distinto de la salud[7]) y esta invulnerabilidad al otro (un bloqueo del afecto-deseo) que se encuentra habitualmente en muchos cuadros de esquizofrenia clínica. La conexión profunda con uno mismo (en desmedro del vasallaje-obediencia neurótica que aducía Freud) tendría un potencial deseante salutógeno, mientras que el derrumbe implicaría ir aún más allá y haberse desconectado demasiado (dirán Deleuze y Guattari: haber rebotado sobre el muro, caer en un agujero negro anti-productivo, anti-conectivo).

c. Proceso, afectos, esquizias. En camino esquizo y pasando por Lacan.

Ronald Laing y David Cooper, anti-psiquiatras ingleses, tomarán la herencia Winnicottiana más provocadora junto con el marxismo y plantearán que efectivamente en el delirio puede haber un proceso (como decía Karl Jaspers) cuya interrupción sería iatrogénica: las instituciones y abordajes psi hegemónicos no permiten más que un breakdown (hundimiento/derrumbe), allí donde habría que favorecer un breaktrough (apertura/atravesamiento): dar los medios al paciente para que efectivamente haga algo en la realidad, ya sea mediante una teatralización del delirio, una modificación del ambiente, u otros modos. Ya no será lo interesante referir que el paciente denominado psicótico no es realista (como pensaba cierto Freud con la psiquiatría clásica y las significaciones instituidas en “sentidos comunes”), sino que la alucinación y el delirio demandan alguna realización en un determinado ambiente (modificar la realidad, como planteaba aquel Freud de 1924). Precisamente sería explicitada aquella realidad a la que, según Winnicott, no habría que adaptarse demasiado bien: es la del capitalismo, sus instituciones y prácticas.

Deleuze y Guattari van a sostener la idea de tal proceso de delirio/deseo (y sus bloqueos, que impiden el breaktrough) y van a hablar de proceso esquizofrénico[8] (una esquizofrenia no psicopatológica que nos atraviesa a todos, una multiplicidad, una no-integración, que nos es siempre actual; un movimiento aberrante subterráneo no personal que pasa a través de las personas y las empuja). La detención de este daría lugar a las entidades clínicas psicopatológicas (si bien no es este el único criterio que proponen al respecto). Pensando lo abierto, fragmentario, y sensible de eso esquizo, dirán también que la persona a quien se llama “esquizofrénica” es la que más se acercó a ese centro intenso y procesual (no yoico-organizado) de la vida (1972/1995: 27, 94, 136-137) pero ello fue re-territorializado en una patología (vuelto un producto-interrupción). En aquel suelo esquizo-deseante, habría un sentir sobre el que se edificaría todo yo pienso (Ibídem: 26). Con esto, refieren que el contenido racional o racionalizable de los delirios se edifica sobre algo no lingüístico y especialmente des-estructurante. Aún más: nos dicen que la racionalidad de una sociedad (la realidad dominante que naturalizamos) es la racionalidad que esta puede construirse para aquello profundamente irracional que la recorre de cabo a rabo. El reverso de la estructura (Ibídem: 319-320). Es lo que explicamos postulando (en lugar de El inconsciente está estructurado como un lenguaje): El inconsciente des-estructurante como un desear.

Ahora bien, son de destacar dos consideraciones lacanianas que harán mella en Deleuze y Guattari, y que les harán decir que “Lacan esquizofrenizó la neurosis” (1972/1995: 320): a) el objeto a es tanto lo que causa deseo, no en el sentido de causa-efecto sino en el de que produce, empuja, pone en marcha (el deseo y el análisis), y en cuanto aquello que se busca (la propia maquinaria en marcha, no un objeto puntual de satisfacción: el deseo desea desear). Esto implica, según estos autores una identidad del producir y lo producido (el deseo produce deseo). Al mismo tiempo, esta noción, además, rompe la concepción de la estructura como cerrada, siendo el objeto a (así como el transicional) un fragmento clave que se desmarca del dualismo interior-exterior y opera en su entre; así, sería una partícula que se autonomiza del cuerpo individual y de la estructura, y los pone en movimiento. En esta lectura singular de este objeto (sin referirlo a una falta o pérdida como Lacan) es que estos autores lo equiparan a sus máquinas deseantes. b) el paciente esquizofrénico sería quien puede dar cuenta de que es hablado por otros, de que no es él quien piensa tal o cual cosa en su cabeza (por ejemplo, en los delirios de intrusión o control del pensamiento) y este fenómeno en realidad sucedería en todas las entidades clínicas (no sólo en estas psicosis), ya que (se afirma que) el inconsciente y el discurso son siempre discurso del Otro. En la neurosis esta cuestión quedaría recubierta, eclipsada: uno cree que es uno mismo quien habla, pero somos hablados por Otro; mientras que en las psicosis lo inconsciente estaría a cielo abierto (primera muestra: los polos aparecen al desnudo). Aquellas nociones inspirarán al dúo francés para hablar de que la enunciación no es individual y/o de un sujeto sino colectiva, como parte de un agenciamiento colectivo de enunciación (segunda muestra, que lleva a estudiar el contenido socio-histórico-político de los delirios llamados psicóticos).

Pese a estas dos referencias lacanianas de lo que esquizofreniza la neurosis, dicen que luego los psicoanalistas neurotizaron la psicosis al medirla con relación a un Edipo ausente, y volver a dejar al psicótico en lugar del déficit en relación al neurótico. Y aquí interviene lo que ya sabíamos de entrada: en el modelo teórico lacaniano todo falta, a todos nos falta algo: Padre, ley, falo, etc. Pero para inteligir una falta hace falta tener una certeza paranoide en que allí debería haber algo[9]. Esto no se le escapó a Lacan, quien ha dicho que en lo Real no falta nada, pero él prefirió elegir el camino de lo simbólico durante la mayor parte de su vida. Deleuze y Guattari se llevarán una impresión similar a la de Winnicott: se debería seguir, más bien, algo de lo esquizo, la experiencia, y la presencia-inmanencia, una dirección contraria a todo el esfuerzo estructuralista, paranoizante o melancolizante (pero ello no debería implicar rechazar todo ello, sino estudiarlo).

Mencionaré un tercer elemento que retomarán de Lacan: él hablaba de una esquizia, una cierta división o disociación fundamental (en él, entendida como bi-partición). Utilizará esta noción ya en su segundo Seminario para explicar la teoría de Fairbirn (donde hablará de una esquizia del yo y una del objeto) pero nueve años después hablará de una esquizia primitiva del sujeto y del ser, la cual está en relación a los objetos a. Una de las referencias más conocidas, por ejemplo, es la esquizia entre el ojo y la mirada: Donde veo el ojo, no veo que soy mirado; donde soy mirado, no veo el ojo (1973/2015). Así como ya había argumentado antes con una lógica similar (y reformulando el cogito cartesiano): donde soy no pienso, donde pienso no soy (1966/2009: 484). Ambas formulaciones proceden de tomar lógicamente tal división en el sentido de una disyunción pero que puede comunicar a lo disociado entre sí si introducimos una secuencia temporal: donde estoy en a no estoy en b, pero luego de ello puedo moverme al lugar lógico b, y ya no estaré en a. No se trata de disyunciones exclusivas-excluyentes como las distinciones estructurales (donde esté en a ya jamás podré estar en b: donde esté en neurosis ya jamás podré estar en psicosis). Tampoco se trata de ocupar dos lugares al mismo tiempo y negar la secuencia temporal, sino de estudiar los distintos tipos de divisiones: a Deleuze y Guattari les interesarán las disyunciones inclusivas (“y”, “y también”) que no implican simultaneidad; en tal sentido pensarán las esquizias del deseo a partir de lo fluido y comunicante. Esto es lo  que ellos señalan como un inconsciente esquizo-deseante que se encontraría con claridad en ciertos momentos del caso Schreber: el movimiento de ser hijo a ser padre, de estar vivo a muerto, el de ser hombre a ser mujer (la detención posterior en alguno de los términos sería un bloqueo o breakdown del proceso, no una necesaria reconstrucción o estabilización metafórica delirante). Lo que rescatan allí, de nuevo, es una potencia de apertura/atravesamiento que no subsume las diferencias al juntarlas, ni las desconecta al separarlas (Deleuze y Guattari, 1972/1995: 82-83. En ningún momento refieren que todo el caso se reduzca a esto; ellos simplemente toman estas divisiones fluidas y comunicantes (hombre/mujer, padre/hijo, vivo/muerto), como una muestra de lo inconsciente a cielo abierto (del cual un neurótico se defendería con recursos paranoides como las identidades y disyunciones excluyentes). Es de notar, también, que el término esquizia en Lacan significaba necesariamente bi-partición, fractura en dos, mientras que en Deleuze y Guattari implicará mayormente (partición en) multiplicidades. Curiosamente, el esquema Freudiano utilizado en su texto de 1924 referido antes (“La pérdida de la realidad en Neurosis y Psicosis”) viene a decir que lo patológico es aquello (el proceso diremos nosotros) que antecede al delirio (el cual sólo sería un intento posterior de curación por la vía de la racionalización, como entiende Freud la cura entonces) (1961/2006), mientras que aquí el padecimiento está puesto en relación con ese bloqueo.

Un capítulo aparte de los conceptos e ideas Lacanianas es el del freudo-lacanismo dominante, que aliado a la Psicopatología heredada ha constituido una verdadera hegemonía del campo psi, apelando a los usos más reaccionarios y burgueses de las obras de Freud, Lacan, y otros. Así, afirma que sigue habiendo entidades clínicas diferenciadas pero ya no serán fenomenológicas o conductuales como en los tiempos de la psiquiatría clásica sino que (peor aún) se utilizará la noción de estructura como modo de reforzar los imaginarios sociales instituidos más reaccionarios sobre la locura (peligrosidad, segregación, custodia, dependencia). Aquí las diferencias son menos comunicantes entre sí: si la estructura de tal o cual paciente es neurótica, psicótica, o perversa, lo sería desde un origen diferenciado y para siempre. Estas disyunciones estructurales son exclusivas-excluyentes: “se es neurótico o se es psicótico, o en todo caso perverso”, etc . Si al presunto neurótico le sucede lo que llamamos brote psicótico, entonces se dice que anteriormente estaba mal diagnosticado; se hace la auto-crítica a tal o cual operación diagnóstica o a quien lo llevó a cabo, pero el a priori estructural siempre sale ileso. La noción de estructura en sí, para nuestra lectura queda visibilizada como un reducto platónico en el pensamiento de la escuela francesa: una verdad eterna e inmutable, contenida en el alma (no es un fenómeno observable dado que, se dice, los sentidos engañan; obtenemos así una construcción racional naturalizada). Todo esto no puede sino aumentar los abordajes segregativos respecto de un abanico activamente ampliado de pacientes (ya que no hace falta tener síntomas psicóticos para serlo para siempre), y alimentar aquellos significaciones sociales reaccionarias y neuróticas-paranoides que llamamos miedo a la locura, a lo otro, a lo que no está moldeado en los buenos modos de la Razón normalizadora.

d. Retomando los polos:

Es de destacar que precisamente las características que Melanie Klein tomaba de las entidades clínicas homónimas para plantear la posición esquizo-paranoide, no son las mismas que toman Deleuze y Guattari para construir los polos del deseo, delirio, y de la semiótica perceptiva. Se trata de situar contactos puntuales entre los saberes, sin que los sistemas en sí sean los mismos, y por ende, sus elementos, aunque se llamen igual, cobran carácter distinto en cada conjunto teórico. Como vemos, G. Deleuze y F. Guattari, heredan algunos cuestionamientos profundos al kleinismo que son propios de las corrientes inglesas, e independientes de las críticas de J. Lacan a las mismas, a la vez que retoman esta idea típica de la clínica anglosajona de atender a los elementos psicóticos que tienen no sólo los neuróticos, sino todos los seres humanos. En todo caso, el dúo se planteará qué de cada teoría abre y qué cierra las teorías y las prácticas, y hacia donde se piensa el deseo, la subjetividad y lo social, en cada caso.

Recordemos que tender al polo esquizo, como ellos propondrán en su primer libro juntos, no implica hacer/hacerse el esquizofrénico, ni romantizar la locura, ni desconocerla, ni subestimar ningún sufrimiento, y mucho menos algo que sólo suceda en/con tal tipo de pacientes “psicóticos”. Sencillamente lo esquizo no es la esquizofrenia-entidad, sino otra producción conceptual (así como cualquier psi sabe que el goce no es el placer, términos intercambiables en el sentido común instituido pero para nada en las teorías). Cuando la dupla francesa plantee su polo esquizo, está pensando en tender a aquel proceso de apertura y de divisiones comunicantes, una construcción conceptual nada caprichosa que tendrá consecuencias clínicas enormes, a la vez que permite elucidar las prácticas de saber-poder-subjetivación (y no justificarlas, como hacen los aparentemente saludables racionalistas paranoides). El proceso de apertura es en sí desterritorializante e implica un pensar en situación, en lugar de aplicar respuestas “familiares”, ya conocidas, ya establecidas. De este modo, el deseo no sería un contenido mental a reconocer, sino una acción incodificable de desear, hacer, conectar, etc. No agotable de derecho, tan sólo extinguible en tal o cual hecho. Así, hacer esquizoanálisis sería tender a lo que abre el deseo tanto como estudiar qué lo cierra (porque también hay cierres provisorios que son necesarios para vivir la vida); es resistir la lectura hacia tal polo paranoico (ya-saber, organizar sólo racionalmente), hacia lo establecido, la impotencia de acción, el individualismo, el juicio de valor y cualquier posición moral, la estupidez, la muerte, lo auto-justificado, la estrechez de la vida, la superioridad de unos, la segregación de otros, etc.

e. Del parano-analista a una re-fundación de las democracias:

Hasta aquí hemos planteado un recorrido, parcial y fragmentario como he adelantado, por algunos de los saberes psi que han atravesado directa o indirectamente algunas nociones de Deleuze y Guattari sobre esquizo, esquizia, esquizofrenia, paranoia, tipo de objetos, etc. Lo trabajado puede ampliarse y profundizarse hacia otras muchas referencias en lo psi, y por fuera de ese campo hacia lo filosófico, sociológico, antropologico, y más. Precisamente, hemos hablado de una genealogía clínica, dando a entender que esta es fragmentaria y que se podrían trazar otras, menos centradas en las disciplinas psi. Para cerrar, queremos recordar que, más allá de la letra explícita de la teoría, la re-configuración esquizoanalítica de aquellos conceptos plantea varias consecuencias en las prácticas analíticas y sociales. Lo esquizo y lo paranoico, ya no serían características esenciales individuales de tal o cual individuo (lo cual reforzaría el estigma social asociado a la locura), y los profesionales psi deberíamos poder dar cuenta de que hemos sido formados en saberes que justifican y perpetúan la segregación  consecuente al mismo (Guattari, 2013). Ahondemos un poco en esto.

Según Eduardo Menendez, en el campo de los abordajes en Salud prepondera un Modelo Médico Hegemónico (Galende, 1994: 349) que se ha extendido más allá de la medicina para abarcar a todas las prácticas asistenciales y terapéuticas; la Psicología tal cual la conocemos hoy en día se ha ido re-constituyendo a imagen y semejanza de aquel. Para ser más rigurosos, deberíamos decir que se configura así un Paradigma Terapéutico Hegemónico, cuya constitución alberga múltiples modelos teóricos y prácticos (no sólo médicos o psicológicos), no todos coincidentes entre sí en sus lógicas propias, pero comunicantes en sus efectos prácticos. Este paradigma hegemónico ejerce su poder sobre los intentos de establecer campos divergentes con él (por ejemplo en lo psi: la psicología jurídica, social, educacional, e institucional, se verán activamente marginadas por aquel). En el caso del psicoanálisis, es notorio cómo la Psicopatología (recargada con el estructuralismo) ha operado como un operador central de dicho paradigma, de modo de capturar toda noción provocadora y todo intento de modificar la llamada organización racional del trabajo (por ejemplo: médico/analista sano y sapiente – paciente enfermo, objetalizado, y desconocedor de lo que le sucede) y sus pretensiones cientificistas (que no significa lo mismo que científicas). Notemos que esta dinámica sólo puede ejercerse a condición de rechazar, marginar o extinguir, aquellas ideas, nociones y conceptos que (como vimos en este texto), en el psicoanálisis restituían una condición humana central y general a lo esquizo, lo paranoide, y las locuras.

Con todo esto, no deberíamos suponer que el Psicoanálisis que conocen y atacan Gilles Deleuze y Félix Guattari en 1972 es el mismo que todo psicoanálisis que exista hoy en día (ni tampoco que no tenga relación). Ellos atacan una institución burguesa-capitalista entre otras, una muy puntual que ha oficiado de directora de batuta de dicho Paradigma Terapéutico Hegemónico. Ahora bien, la figura personal que caracteriza las prácticas profesionales asociadas a este paradigma no siempre se dice a sí mismo Psicoanalista (a veces se dice Cognitivo-Conductual, y ¿por qué no esquizoanalista?), sin embargo se mueve, actúa, de un modo particular, y por ello lo podemos nombrar aquí como parano-analista (tiende a leer-hacer desde aquel polo paranoide). Decir que alguien opera así no es asignarle una identidad profesional (el que asigna identidades opera ya en ese polo), sino que es verlo desde un punto de vista entre otros posibles. No es una asignación de una (pretendida) realidad al otro, es una ubicación conceptual que reside en la mirada que percibe y significa un modo de accionar; no tiene que ver con saber algo de aquel, sino con situar sus actos y movimientos en coordenadas que no pretenden ser objetivas; esta operación permitiría abrir dimensiones pragmáticas-políticas (en sentido amplio). Los parano-analistas no pueden elucidarse a sí mismos ya que están enamorados del Poder (y no de cualquiera, sino del de Saber algo sobre el otro): con esto no me refiero a un sentimiento sino a una práctica. Estos necesitan tener Códigos Despóticos que serán su palabra santa, su Verdad revelada y conocida. Así, aman las teorías hegemónicas, los cargos distinguidos, la territorialidad de su sillón, su pabellón, sus aulas universitarias, etc. “Saben” cuál es la nosografía psicopatológica Verdadera y no la confunden con los otros modos de lectura (los errados). Una característica que quiero señalar aquí es la necesidad que el parano-analista tiene de desconfiar de los otros y de acusarlos (responsabilizar subjetivamente, le dicen). Él nunca cree ser siquiera una parte del problema. Es que el polo paranoide gira sobre un eje con dos caras bien marcadas: desconfianza-certeza. El desconfiar de la otredad se vuelve corolario de la certeza respecto de la propia posición (el método indiciario de Giovanni Morelli, Sherlock Holmes, y Freud, es ilustrativo al respecto: está hecho para encontrar al delincuente y mentiroso). Ve peligro y manipuladores por todos lados, especialmente en sus pacientes. Aquel personaje cree que puede saber quién es él. Él “sabe” la Verdad sobre el psiquismo, los grupos, las instituciones, etc. Posee la capacidad de leer los códigos de manera “adecuada”, nos habla (por ejemplo) del “verdadero psicoanálisis” o del “verdadero Deleuze”, y el resto del mundo está, nos dice, claramente equivocado (“el síndrome de déficit atencional es inventado pero hay otros diagnósticos, los que yo uso, que no lo son”). Ama la Razón, las esencias, las trascendencias, tanto como a todo lo establecido mientras sea conservador e implique algún sistema de privilegios (del cual él no se va a alejar[10]). En cuanto el parano-analista es un profesional psi, lo vemos repetir en la praxis ciertas acciones y decisiones basadas en el paternalismo, la sospecha, la identificación, y la objetivación-objetalización de sus otros. Ello concuerda con el llamado Modelo Asilar de asistencia-segregación-custodia de la locura, el Modelo Tutelar jurídico, y la Psicopatología. Todos estos son fragmentos de aquel Paradigma que sostiene un cierto discurso del orden y sus prácticas, y fabrica lo que los estudios queer llaman policías del psiquismo.

Nótese que no es azarosa la propuesta de la figura del parano-analista en este esbozo de recorrido genealógico: la segunda referencia que hicimos anteriormente a Lacan nos llevó a su re-formulación del cogito cartesiano: donde pienso no soy, donde soy no pienso. Pensar no garantiza Ser. En una inspiración deleuzo-guattariana que retome algunas de estas reflexiones lacanianas, postularemos que decir, decirse, o decir respecto de sí, que uno “es” psicoanalista o esquizoanalista no tiene ninguna implicación necesaria para con lo que se “es” o se “deviene”, ni con la posición efectiva que se ocupa en un campo dado (creer que uno sabe lo que “es”, aún si se fuera algo, sería sostener un cartesianismo conciencialista, pre-freudiano). Ya que uno no ES una esencia y uno no puede saber lo que está siendo, estando, o deviniendo, entonces decir-decirse no debería implicar (si tomamos lo inconsciente en serio) más que una toma de posición siempre riesgosa y provocadora, nunca una afirmación identitaria auto-adjudicada (esta es una de las versiones de la “locura”, según Lacan, creer que uno sabe quien es[11], y la suelen expresar más bien los llamados neuróticos). Sólo desde un polo paranoide, conciencial, de certeza, de saber de pretensiones absolutas, se puede esperar un auto-asignarse lo que uno sería (y no estoy afirmando que uno sea algo); para ello, habría que olvidarse, extrañamente, de todo lo dicho acerca del discurso y el deseo del Otro, así como de lo socio-histórico. El esquizoanálisis, en esto también, retoma al psicoanálisis para profundizarlo. Contra aquellos que piensan soy esto, soy aquello (…) hay que pensar en términos de incertidumbre y de improbabilidad: no sé lo que soy, harían falta tantas investigaciones y tantos tanteos no narcisistas ni edípicos (…). El problema no es ser esto o aquello como ser humano, sino devenir inhumano (…)” (Deleuze, 1995: 19). 

También conecta esto con el razonamiento que evidencian estos autores al pensar cuestiones como qué serían lo revolucionario y la filosofíacruzando desde su primer a su último libro juntos. La segunda, así, no se define por ser el ejercicio de quien realizó estudios académicos que lo habilitan, sino por lo que hace quien crea conceptos. De ese modo, Nietzsche y Guattari fueron filósofos sin necesidad de exámenes universitarios: sencillamente crearon conceptos filosóficos, cosa que no todo académico en el tema hace. Mientras que de aquel que es un militante de izquierda ni él ni nadie podría decir “en Verdad” que es un revolucionario (individual-personalmente), no sólo por el esencialismo implícito en el enunciado, sino también porque tal adjetivo aplicaría más bien a un proceso y a posiciones concretas en las relaciones de poder que habrá que analizar cada vez (hay que ver cómo ese “revolucionario” trata a su esposa y a los que considera locos) (1972/1995). Así es que nos dicen que lo revolucionario no es un Ser sino un Devenir (y no se deviene en la imaginación). Precisamente el que sea un devenir, un devenir-minoritario, hace a la que Deleuze en su penúltima entrevista relaciona su idea de que “no hay gobierno de izquierda” (Deleuze, s/a: 72-73), porque la izquierda no implica un asunto molar y macro-político de un Partido o un gobierno. Más importante que el Ser, entonces y de nuevo, es la acción. Así es que poco importa, por ejemplo, que los llamados psicoanalistas critiquen a “la Psicología”, o los esquizoanalistas a los psicoanalistas, como vemos habitual y tristementemente, dado que se trata de modos de hacer y percibir, de devenires y no de molaridades. Convendría seguir la indicación de la época del Anti-Edipo: combatir el fascismo no es acusar al otro de fascista, sino estudiar hasta qué punto y de qué modos lo somos todavía. El que se diga esquizoanalista debería estar advertido de estas cuestiones. Así, quizás el esquizoanálisis (como la filosofía) no permita definir una identidad en el sentido disciplinario tradicional, y sea algo que uno hace, a veces, y no siempre por voluntad propia (a veces, sólo por verse forzado). De ese modo, así como hay escritores (como Joyce, Kafka, Proust, Beckett) que han hecho esquizoanálisis sin saberlo, hay auto-denominados psicoanalistas que también lo hagan en tal o cual situación (o que hagan cognitivo-conductual), aún a pesar suyo. Y, a la inversa, habrá auto-denominados esquizoanalistas que a veces hacen psicoanálisis, o literatura. No se trata del Ser identitario de cada cosa, sino de perspectivas o puntos de vista que no son nada objetivos (no quieren serlo), pero que tampoco se quedan en un mero juego intelectual-verbal sino que sirven precisamente para trazar cartografías y recorridos, o sea, para vivir una vida.

Ahora bien, la hipótesis a desplegar aquí es que el trabajo teórico-práctico de Félix Guattari en su abordaje complejo de la subjetividad, la locura, lo socio-institucional, la ecología, el capitalismo, etc, tiene como uno de sus ejes el combatir las prácticas de dicho Paradigma Terapéutico Hegemónico, profundamente reaccionario y fascista, considerando la articulación de estas con diversas disciplinas y prácticas sociales, y reconociendo en el abordaje que una sociedad da a la locura una muestra de la relación que aquella tiene con todo aquello que escapa a las normas impuestas por el modo dominante Hombre/Adulto/Blanco/Heterosexual/Racional, etc. En este contexto, hacer esquizoanálisis implicaría un permitir vivir las multiplicidades sin totalizarlas, a las disyunciones inclusivas, a la experiencia, al pensar en situación y sostener un movimiento instituyente que se elucide críticamente. Se trata de elegir la tendencia que permite expandir la vida, y no la que la limita, reprime, segrega, identifica esencialmente, y clasifica. Para esta tarea, desechar todo EL psicoanálisis, como algunos creen deducir de la obra del dúo francés, sería una tontería, una simplificación demasiado apresurada, un dogmatismo.

Quizás estas crisis paradigmáticas que vivimos nos permitan reconfigurar unas Psicologías (o unas prácticas herederas) a la altura de una re-fundación de la democracia (2015)No es casualidad que en los últimos textos de Guattari confluyan la postulación de un paradigma ético-estético (a diferencia de todo paradigma cientificista y pretendidamente Verdadero e incuestionable), la postulación de una ecosofía, y la re-fundación tanto de las prácticas analíticas y sociales como de las democracias. En esta última rúbricaGuattari imaginaba un amor al disenso (no una mera tolerancia de lo diferente), otra relación con el otro y la locura, unas prácticas anti-segregativas y de-segregativas, una nueva solidaridad que no incurra en regionalismos o en la constitución de meras comunidades aisladas; una relación ecosófica con el medio ambiente, lo social, y lo mental, donde la supervivencia humana no dependa de la destrucción de los recursos naturales no renovables; donde la ciencia prolifere tanto como los saberes menores, plebeyos y extra-disciplinarios, donde los llamado locos (si persiste tal denominación) y otras disidencias no sean patologizadas, marginadas, custodiadas, tuteladas, y semiotizadas/sentidas como peligrosas; donde el deseo no sea conminado a significar, a unificarse, clasificar. En tal panorama, quizás la función analítica se haya también democratizado.       


NOTAS

  1. No deberíamos confundir polo paranoico con máquina paranoica, polo esquizo con proceso esquizo, o los tipos de catexis o investiduras homónimos. Cada noción de las recién referidas posee un peso diferencial en relación a las demás.
  2. No hablaremos aquí de las clasificaciones nosográficas de psicosis en sí, ni de todo tipo de locura en general, sino que abordaremos algunos aspectos de ambas dimensiones que nos parecen relevantes (entre otros) del uso de los términos paranoia y esquizofrenia.
  3. Luego fue más difundido el nombre de posición esquizo-paranoide, y no siempre se sabe que esta denominación fue una modificación posterior que la autora hizo para integrar sus desarrollos a los que hiciera Fairbirn (que formulaba una posición esquizoide) en la misma época.
  4. Klein es tan evolucionista en lo ontogenético como eran las demás teorías “psi” dominantes en su época. Luego, con Lacan se procederá a un modo de lectura que ya no requiere hablar de regresos y progresos, ya que el tiempo dejará de ser lineal.
  5. Luego el esquizoanálisis leerá en esto, con Baruch Spinoza, la relación entre afectos tristes y disminución de la potencia, y tomará un camino absolutamente distinto al kleiniano, que excede los objetivos de este texto pero no puede ser reducido tan sencillamente a apuntar a pasiones alegres, al estilo new age (ya que hay alegrías, según Spinoza, que también vienen de la tristeza). Además tampoco se tratará de integrar, sintetizar, unificar, ni de pretender comprender una causa necesaria en la historia individual.
  6. Los familiarismos de lo cultural, como el aquí operado por el psicoanálisis burgués, siempre son conservadores, ya que esconden lo socio-histórico-político-económico, tanto como ciertas relaciones y dispositivos de saber-poder-subjetivación.
  7. Tiene suma importancia para nosotros que en el plano clínico no encontramos una clara línea de separación entre la salud y el estado esquizoide, o aún entre aquella y la esquizofrenia plena”. Donald Winnicott (1971/2013: 117)
  8. Esta noción aglomera, además: elan vital (Bergson), fuerzas activas (Nietzsche) y fuerza de trabajo (Marx).
  9. Trascendencia platónica psi: la existencia es juzgada en función de criterios racionales que suponen una dimensión inasible, ausente, eterna, “verdadera”, y que por ello no puede cuestionarse. La inversión del platonismo, ambición nietzscheana, pasaría en la clínica esquizoanalítica por la reversión de la estructura, sus trascendencias, y polos paranoides.
  10. El uso de “él” en masculino aquí remite a la categoría conceptual mayoritaria (lo que con Deleuze y Guattari no implica una cantidad, sino una producción de prácticas de opresión) que podemos llamar hombre/adulto/blanco/heterosexual/paranoico/(supuestamente) autónomo y razonable.
  11. “Cuando Chuang-tzú está despierto, puede preguntarse si no es la mariposa la que sueña que ella es Chuang-tzú. Tiene razón, por cierto (…) porque eso prueba que no está loco, que no se cree de ningún modo idéntico a Chuang- tzú (…)” (Lacan, 1973/2015: 84).

BIBLIOGRAFIA 

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SERGIO DARIO RAGONESE: Es graduado en Psicología por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Profesor de nivel medio y superior (Universidad Abierta Interamericana, Argentina). Especializado en clínica esquizoanalítica (Centro Félix Guattari, Montevideo, Uruguay). Maestreando en Salud Mental Comunitaria (Universidad Nacional de Lanús, Argentina. Docente de disciplina Teoría e Técnica de Grupos de la carrera de Psicología de la UBA, desde 2011. Fue co-organizador del IV Encuentro Internacional de Esquizoanálisis, realizado en agosto de 2019 en el Centro Félix Guattari – Buenos Aires.


Fuente

Texto publicado em “Psicanálise e Esquizoanálise: diferença e composição” (org. Anderson Santos, 2022, n-1 edições).

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