¿SIEMPRE ES FALTA DE AMOR?

 Después de un vínculo amoroso de algunos años, después de compartir asados, viajes, fiestas, charlas en donde desnudaban capítulos de sus novelas familiares, se separaron.

Ella lo decidió, mientras él, poco a poco, con cada mensaje, con cada una de esas brevísimas últimas charlas, dejaba de reconocerla. 

Ella ya no era ella, día a día iba vaciando su cuerpo de ella misma, iba censurando el brillo de su mirada al verlo, ya no sonreía. Ella ya no era ella, ya se había ido. Y era tan notoria esta transformación que las últimas veces, cuando él la nombraba, eĺla le pedía que la llame por su apodo de la infancia, del barrio de sus amigos y de sus juegos. 

Él no entendía nada, ¿quién era ella? Y entonces ¿quién era él ahora?

Se encontró habitado por la tristeza, por hipótesis que se multiplicaban en sus noches de insomnio, por el dolor al enterarse de que esa mujer que había querido y, creía, conocido, ya había saltado a otro amor, o al menos a otro hombre. 

Ella, la irreconocible para él, la llamada por el apodo de su infancia, se mostraba ahora feliz.

Pero ¿será que él estuvo ciego? ¿será tal vez que este final estaba cantado desde el principio y él decidió avanzar de todos modos?

Pasó ya un año; él, luego de haber sido habitado por toda la gama de emociones indeseables hasta para el peor enemigo, se recompuso, está muy contento, muy muy contento. Sí, se enamoró; fue tan recíproco como breve, pero ¡cómo le gustó volver a sentir eso que se siente, pero más lindo aún! Ella, la breve, le dijo todo lo que aquélla, la irreconocible, nunca le expresó. Ella, la bellamente breve, vino a su vida a reparar, a juntarle pedazos, a mostrarle un espejo que sólo puede aparecer al lado de alguien mágico. 

Y él volvió a reírse mucho, como siempre lo hizo. Y volvió a confiar, aunque se toma más tiempo. Y se está animando a mostrar sus escritos a sus amigos, guardados durante años y años en unas carpetas en el último estante de la biblioteca del living. 

Pasó un año y nunca dejó de pensar-se, nunca dejó de preguntar-se qué fue lo que sucedió con ella, la metamorfoseada en desconocida, la tristemente irreconocible. 

Y porque pasó un tiempo, y porque amasó el dolor con todos los otros ingredientes, porque volvió a enamorarse, empieza a sentir una bellísima calma, unas terribles ganas de disfrutar de todo lo que la vida le dá, y está tan contento y agradecido de crecer en lugar de envejecer que pudo descubrir que muchas veces, pero muchas, no es por falta de amor que alguien decide irse de la vida del otro. Descubrió que él no puede curar lo demasiado roto del otro, y que cuando eso persiste a veces no queda otra que separarse. Pensar ésto, creer en ésto, lo alivia, lo reconcilia con fragmentos importantísimos de su historia. 

Comprender que hay separaciones motivadas por distintas causas, que pueden quedar incomprendidas, pero que no debe reducirse siempre a la ausencia de amor, le dibuja una sonrisa mientras escribe un nuevo texto. Una hermosa y genuina sonrisa.


Lic. DÉBORA BLANCA 

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