La Balada de las Máscaras
Leopoldo Castilla
Sobre la colección de Máscaras de Luisa Valenzuela
El Igual
Sólo yo con una mirada
Paralizo el instante
Que puede detener el derrumbe
de la fragilidad
humana
Oculto en esa encrucijada
Donde cesa la vida
para que la muerte nazca
me ampare en la leve eternidad
de mi
semejanza
La de la espuma
Que retiene al mar
cuando se aleja
la del pájaro
que deja de ser él
al
disolverse en la bandada
Con sólo parpadear
Broto
De mi ausencia
como ustedes
que miran
con los ojos cerrados
cuando
sueñan
y con los ojos abiertos
mendigan un
presente
que nunca alcanzan
Danza
Danzo
En
círculos
Golpeo la tierra
despertando
todas las criaturas
que en cada animal
se han ocultado
Las abejas
Que incendian
los ojos del tigre,
la lujuria de la víbora
erguida
en el cuello del cisne,
las arañas
hilando
el sigilo de los gatos,
la frágil batalla de las mariposas
el el fulgor del colibrí
y en el vuelo de los murciélagos
las pesadillas
de los albatros.
Que dancen todos
La vicuña, el escorpión, el toro,
El camaleón y el dromedario
El águila
Masculina
Y femenino
el hipocampo
que dancen
hasta cerrar el círculo
que lo
salve al hombre
de ser humano…
Carnaval
Harta de ser la muerte,
La invisible,
entré al carnaval de
los hombres
y bailé con ellos
para que sepan que
estoy viva
sin haber nacido.
Ebria y alegre
Les alargué la noche
Con la noche mía
mientras les llovía
el papel picado
de mi
escalofrío.
Danzaba, enamorándolos.
Ellos eran mis príncipes
Y yo
la
inalcanzable
flor del precipicio.
Fueron cuatro días eternos
Sin tener que matar.
Me dejaron dormida
¡por primera vez dormida!
A
orillas del camino.
Hasta que alguien me arrancó la máscara…
Y en la oscuridad
brilló un cuchillo…
Caballo
Como yo no puedo dejar de ser
Quien soy
Se me ocurrió ser
otro caballo.
Uno que pueda galopar
Estrellado
y ligero de cascos
por el
cielo…
O uno de circo
Con la ecuyere
que le quita el sueño
la que danza en su grupa
y le encela
el centauro.
Un caballo
Que no sea caballo
Que tenga ojos verdes
Esperanzados
de las damas
y la sonrisa
galante
de los
caballeros
Un corcel increíble
con dos corazones en el pecho
que de sus crines
se derrame
el mar
y en su marchar
se esculpa el viento.
Un caballo tan hermoso
que no sea de
verdad
como no lo son
los caballos verdaderos.
La Puta
Detrás de esta máscara andrógina
me ocultan…
para que ellos no se
vean.
Pueden,
Si tiran de esta pequeña cuerda,
Besar mi boca como bien besa
Una oscuridad.
Soy la sombra que les persigue cuando vuelven
vaciados a sus casas.
La que enfría el lecho de sus mujeres
Y no se va aunque cierren los ojos,
el pozo
donde no pueden
dejar de
caer.
Esa cualquiera
que los enviuda
cuando encandila.
Su
luna negra.
El Brujo
Yo, el inmantado,
el que mueve las cosas
desde lejos, pagué caro ese don:
en cada milagro
ofrendé
una parte de mi cuerpo.
Tengo los ojos blancos
de ver
el
futuro de todos.
Y ni sombra doy:
En las lágrimas de los hombres
herví mis huesos.
Estos cauríes
Señalan el camino
de aquellos que hice regresar
después de muertos.
Duraré lo que dure el último.
El que me oye
y no adivina
que soy
el eco de él
desapareciendo…
El Hechizo
Este monstruo soy yo.
El que asusta a las pestes
Y espanta
los malos espíritus.
Me colgaron
en la puerta de sus casas
con esta boca desbocada
y una lluvia fúnebre
en la cabeza.
Deforme y humillado
Con todo el infierno adentro.
No advirtieron la estafa:
Siempre se paga rápido
cuando compra el miedo.
Ahora que están en llamas,
aprendieron
que si un hechizo no tiene rostro
es porque tiene
dos caras
el hechicero…
Luzbel
¿Qué esperaban ver en mi
Alas llameantes,
una túnica de
perversa seda,
las sandalias de oro
que llevaron
por malos pasos en el cielo?
Nada de eso, este vejestorio
soy yo, Luzbel
Condenado a pecar solo
porque ya nadie cree en el infierno.
El arcángel celeste
al que han puesto colorado
sus
malos pensamientos…
El día del juicio final
Perdí el juicio.
Me condenaron a sufrir eternamente
Sin que ver que los
locos
están fuera de tiempo.
Yo me muero de risa
(si no es de risa
no muero).
Les gané la partida.
Porque todo se va al diablo
Cuando un ángel
se hace viejo.
Caminos
Mi lugar en la tierra
fueron los caminos.
Fui por pueblos, selvas y desiertos
persiguiéndolos como si tuviera una polvareda
dentro mío.
Con el viento en la cara
para seguir naciendo,
con la inocencia del agua
que se queda en todas partes
creyendo que ya se ha ido.
Y como ella también buscando aparecer
Sin ser el mismo.
Envejecemos juntos,
ellos de haber llegado,
mermado yo
de tanto que
he partido.
Los dos enfermos
de infinito.
No me han de ver
borrar mis pasos.
Detrás de la muerte
hay caminos que no hay.
Pero son caminos...
Leopoldo Castilla nació en Salta, Argentina, en 1947. Desde muy joven desarrolló su pasión por la escritura, la lectura, la poesía. Ha merecido distinciones como el Premio Víctor Valera Mora, y el Premio de Poesía del Fondo Nacional de las Artes, de Argentina. Algunos de sus libros son El espejo de fuego, 1968; La lámpara en la lluvia, 1971; Generación terrestre, 1974;Versión de la materia, 1982; Campo de prueba, 1985;Teorema Natural, 1991; Baniano, 1995 y Nunca, 2001.
En esta bellísima y exquisita puesta de poemas homenajea a otra gran artista de las letras y poesías, su entrañable amiga la escritora Luisa Valenzuela, quien posee una extraordinaria colección de máscaras maravillosas, que le inspiran sublimes relatos y travesías por los universos poéticos infinitos, dónde se entrecruzan las aventuras, la vida, la muerte, la belleza, la pasión, el carnaval, el amor, la danza, la magia. Máscaras y poesías se entremezclan, se pliegan en un mismo misterio de existencia.
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