La ocasión de la poesía

Valeria Uhart. Psicologa, Psicodramatista

Yo había escrito “llantos” y él (alumno de primer grado), en seguida, me corrigió “Lloros, es lloros. No más lloros”



No más pena / No más caídos / No más “lloros”. / Amor, corazón, abrazos.

Esas palabras me había dictado, ante la propuesta de jugar a hacer poesía luego de leer, cantar, dibujar y escribir, en el marco de un taller lúdico de poesía que coordinamos en la escuela. Pero yo, desde mi oreja y mi escucha adultocéntrica, había acomodado el significante y, como consecuencia, había cerrado el sentido, no más “llantos”.

El juego que les había propuesto como cierre del taller fue que hicieran poemas en voz alta, y me los dictaran. Yo los iba anotando y los leía, también en voz alta, para chequear mis transcripciones. Me impactó el silencio luego de cada lectura, una especie de “efecto poético”, de creación y sorpresa. La ocasión de la poesía. Claro que esa ocasión la construimos junt@s: hizo falta un lugar, cuerpos disponibles, juego, escucha, miradas. Hizo falta una escuela que abriera sus puertas y un festival que invitara a llevar la Poesía a la Escuela. Atravesamientos sociales e institucionales. Tiempo y palabras, escucha, registro y silencios para construir la ocasión de la poesía. Para mí fue muy intenso y movilizante, además de hermoso, que los chiquis tomaran la palabra, y siento que para ellos fue importante reconocerse en esa lectura, en esa voz que, lo único que hacía, era devolverles el tesoro de la suya.  Claro que ese camino no es una línea recta, hay curvas, túneles, recovecos, paisajes fugaces que se pierden, puntuaciones caprichosas y equívocos, miles. Un devenir incierto que conlleva, en sí mismo, la posibilidad del acontecimiento como potencia. Creo en cultivar esa potencia en el juego, en el arte, en la clínica. Una poética del jugar. No es posible en soledad. No es posible, tampoco, sin redes institucionales y sociales que sostengan esta apuesta.

Estamos viviendo momentos muy difíciles. Me quedo, también, resonando con mis posibilidades/imposibilidades, en esta pequeña escena que estoy relatando: yo había escrito “llanto” y él, desde la inmensidad de sus 6 añitos, me corrigió, dos veces tuvo que hacerlo porque yo no lo entendía: “lloros, no más lloros”.  Y, al segundo señalamiento, pude detenerme, pude escucharlo (aunque, seguramente, se me habrán escapado, y lo seguirán haciendo, muchos “lloros”), pero siento importante hacer una pausa y resonar con esto, con cuánto podemos aprender si nos detenemos a escuchar. Cuánto pueden enseñarnos, en este caso, los chiquis sobre la poesía, sobre la escucha, y sobre la vida. Sobre insistir y resistir. Cuánto podemos aprender en conjunto, construir y reconstruir(nos) si alojamos, también, la posibilidad de los equívocos y la potencia del jugar, del juego compartido, aunque sea difícil. La ocasión de la poesía.



 Me pregunto, también, si esta pequeña viñeta, que transcurrió por fuera del consultorio, tiene que ver con una manera de practicar psicoanálisis. Siento, y creo, que sí.

Suena lindo, pero ¿Es posible construir, en este presente tan complejo y entreverado que estamos viviendo, en el país y en el mundo, ocasiones para la poesía? Dejo latir la pregunta, quizás, como una pequeña forma de resistencia.

 

                                                                                            

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