Apuntes para reflexionar sobre un psicoanálisis dramático con máscaras, un texto de Valeria Uhart

 

Delimito el escenario: una hoja. Mejor dos. Parto de algunas escenas de la clínica para relacionarlas con preguntas que rondan el psicoanálisis y el psicodrama. Viene una frase de Nancy que me encanta: en cierta forma, partir implica siempre dividirse[1]




En mi práctica cotidiana con niñeces y familias, a nivel individual y grupal, el psicodrama, los recursos expresivos, objetos y máscaras amplían la caja de herramientas que pongo en juego.  El trabajo con las máscaras implica una operatoria con diversos códigos expresivos que permiten construir tempos de labor que alternan la estructuración con la desestructuración; momentos de ocultar y revelar, de apertura y cierre. Momentos de trabajo con la “nada”, intentos por generar condiciones posibles para representar algo del orden del vacío.  También con el silencio. Esto se relaciona con la construcción de un ritmo, de una alternancia, de un latir, que tiene que ver con la posibilidad de producción de algo del orden de la verdad subjetiva de los actores implicados en ese devenir. Devenir enmarcado, además, en una estética. Y en un escenario. Un escenario iluminado. Hay luces, y también sombras. Pero voy a las escenas de la clínica.

 “¿Querés jugar al escenario?” Invito muchas veces a los pacientes. Entonces, si acceden, lo marcamos juntos con cinta de papel en el suelo, y abro el juego al devenir de representaciones (palabras, gestos, objetos, máscaras, escenas).

Estaba en sesión con un nene, explorando juntes un diccionario de emociones, que muchas veces uso como disparador para que ocurran otras cosas; en eso, él miró hacia las máscaras (hay máscaras colgadas en una pared del consultorio) “¿Querés jugar con las máscaras?” Convidé. “¡Dale!” “Bueno, pero primero vamos a armar en el suelo un escenario”. Lo armamos, dejé que él guiara la construcción con cinta de papel. Quedó un escenario bastante chico. Cuando estábamos trazando la última línea del rectángulo en el suelo, me miró: “¿y la verdad?” “¿Cómo?” pregunté. “Es que debería estar la verdad en el libro, porque es la más importante de las emociones…” “Qué bueno lo que dijiste, para pensarlo…”.  Después, le propuse que eligiera algunas máscaras para representar emociones en el escenario, eligió para la alegría y el amor.  Mucho brillo (pienso, mientras escribo, qué hubiera pasado si le proponía que eligiera una máscara para la verdad…). Sobre el final, miró otra vez hacia las máscaras “La próxima voy a elegir alguna para el enojo”. “Dale” respondí. Le hice notar lo chiquito que había quedado el escenario y propuse que, si tenía ganas, la próxima sesión lo hacíamos un poco más grande, con más lugar para jugar.

¿Escenas de la clínica o clínica de las escenas?

En la viñeta, el escenario marca una dirección de la cura posible, leer el caso “desde el escenario” me resulta esclarecedor. De tan concreto parece simple, pero no lo es. Me impactó que apareciera una pregunta por la verdad, justo en ese momento. Se esbozó, además, un norte en el trabajo: ampliar el escenario para representar emociones.

Otra escena, de un taller de Juego y Psicodrama para chiquis con el que trabajo desde hace tiempo, voy a mis notas después del encuentro:

“…les propuse que eligieran máscaras y armamos entre todos un escenario, con cinta, en el piso. Este momento de armado lo sentí muy importante.  Prendí las luces “de escena”. Pero todo era muy caótico... lo que se me ocurrió fue proponerles que jugáramos a caminar por los bordes del espacio del escenario, haciendo equilibrio; fue un poco como poner a jugar algo de la construcción de los bordes del espacio de representación. Después, cuando yo aplaudía, entraban al escenario, y salían cuando volvía a aplaudir.  Apareció un ritmo, una alternancia.  Pienso ahora, mientras tomo notas, que ese juego fue la escena “en sí”. ¿Qué es el escenario? Les pregunté. Un lugar para hacer cosas, para mostrar, un lugar para jugar, contestaron.

Otro paciente (4), me dijo en una sesión, después de un momento de juego con las máscaras, “Ite que quiero dibujar” (andate) y me develó algo central en relación a la posición del analista: vaivén y juego: posibilidad de creación.

Hace un tiempo conocí a F. Su mamá estaba en tratamiento por problemas de salud, y había posibilidades de que perdiera el pelo, situación difícil de atravesar para las dos. La primera vez que vino F. al consultorio, con ojos tristes pero ávidos, le propuse jugar con las telas que están en un rincón. La invité a que eligiera una, y ella dijo, mientras las estaba desenredando: “estas telas son como pelos que se van saliendo”. Eso marcó una dirección; juntas, fuimos desenredando las telas y buscando palabras. Después, le propuse marcar el escenario, hacer juntas un rectángulo en el suelo con cinta de papel, como si fuera una hoja en blanco, para que ella pudiera “pintar” con las telas, como si fueran témperas. Le gustó; fue un juego posible para tramitar algo de la angustia. Cuando la volví a ver, a la sesión siguiente, me propuso jugar al truco. “Mirá que soy buena mintiendo” dijo “Mirá que yo también” le retruqué. Sonreímos, y jugamos.

¿Mentimos en el truco? Sí. ¿Es una estafa? No. En todo caso, hay un acuerdo que sostiene la posibilidad de creación de ficciones posibles para seguir jugando, toquen las cartas que toquen.  Determinación y azar, encuentro y creación de ficciones compartidas. ¿Psicoanálisis? La verdad tiene estatuto de ficción.

 ¿Qué hago con mis pacientes? Juego, y hablo, hablamos mientras jugamos; intentamos crear juntos condiciones que sostengan y propicien el juego, que lo acompañen en sus recorridos y mutaciones, o que lo vayan iluminando en sus fijezas. El juego va haciendo posible el nacimiento de diversas metáforas. También hace presente escenas.

Desde este lugar, me reencuentro con un psicoanálisis (des)enmascarado, iluminado en sus claroscuros por la potencia del espacio escénico y, también, velado, quizás en la periferia de una actualidad que hace foco sobre todo en ideas de éxito, rapidez y productivismo. Un psicoanálisis que produce sentidos desde la heterogeneidad y desde lo cotidiano de una práctica. A otras velocidades. Abro la puerta a esta manera de transitar el psicoanálisis que es, también, una manera de transitarme en tanto psicoanalista y de reflexionar sobre una praxis, como un constante ejercicio de representación de la escena clínica. Sería una vuelta al psicoanálisis desde la escena (desde la ética de la escena), como espacio de iluminación y (des)ocultamiento. Insiste, en estos apuntes, la referencia a un psicoanálisis dramático con máscaras, en una sociedad en donde el desamparo gana terreno y el trabajo en/con la virtualidad nos interpela en nuestra identidad profesional. En un mundo híper productivo (a nivel económico) y que produce subjetividades cada vez más fragmentadas, la potencia del juego que abre el abanico de las máscaras hacia la multiplicidad aparece como una alternativa desalienante.

Quienes trabajamos con grupos hemos atravesado, en los últimos años, muchos desafíos. Pasamos una pandemia. Lo virtual trajo nuevos obstáculos, potencias y multiplicidades. La complejidad del mundo hace que las condiciones de producción de subjetividad sean cada vez más inhumanas. El ritmo cotidiano es el de la fugacidad, la liquidez es la materialidad de los vínculos. El mercado, un valor de verdad cuasi incuestionable. Estamos, como miembros de esta sociedad, cada vez más conectados y cada vez más solos, cada vez más “en escena”, atados al ideal de un público imaginario que valida con sus likes las recetas de bienestar que nos muestra el algoritmo, compartiéndonos sus tips para ser felices en 10 pasos, o las maniobras “efectivas” para gestionar las emociones (el término gestión en relación a las emociones me pone la piel de gallina).

Estamos cada vez más “en escena” pero la escena en la que estamos, valga la redundancia, es una impuesta por esa especie de panóptico tecnológico que configuran las redes. Es una escena que desampara. Sumemos a esto la inminencia de la inteligencia artificial. No sé por qué vino esa palabra. Inminencia. La dejo; si algo nos puede aportar nuestra humanidad, a mi entender, es la angustia y las posibilidades de creación que nos provoca convivir con lo incierto, con el no saber. Dejo que resuene, y desde ahí vuelvo a jugar con los interrogantes. Soy honesta: para mí, este momento de escritura es un juego. Aclaro: un juego no es cualquier cosa, todo lo contrario. Implica la madurez de animarse a transitar la incertidumbre porque hay brújulas (teóricas y prácticas) que orientan las exploraciones en una zona intermedia de experiencia, que favorece la investigación y las creaciones potenciales. Me provoca curiosidad, deseos de saber, y define un posicionamiento ético que se relaciona, también, con una poética.  Una poética del jugar. No tengo, en este momento, otra finalidad: escribir, investigar, compartir, es placentero. Claro que en el juego siempre hay otros, y la escena del juego configura también una espacialidad particular. El juego configura una escena que, al decir de Winnicot, es más amplia que el psicoanálisis. Juego entonces una vuelta al psicoanálisis desde la escena, el escenario y las máscaras. ¿Dispositivos? de iluminación y (des)ocultamiento. También, desde las preguntas.

¿Se podría pensar en una dirección de la cura en donde el trabajo con el escenario, como espacio concreto, como lugar de iluminación, nos pueda ayudar también a repensar algunas cuestiones del psicoanálisis mismo, como si este estuviera en el centro de la escena?

¿Qué nos aporta el “drama”, el trabajo con la escena, con lo representado y lo que queda por fuera del espacio escénico, que nos aporta el escenario para pensar el psicoanálisis? ¿para representar el psicoanálisis?  ¿Qué es el psicodrama? ¿Qué es el psicoanálisis? ¿qué pasa entre los dos? Este “entre” hace referencia a un espacio transicional de aperturas, juego, intercambio y construcción de sentidos, en un recorrido que siempre es singular y, al mismo tiempo, compartido. ¿Por qué no probar invertir los términos, y en lugar de hablar de psicodrama psicoanalítico hablar de psicoanálisis dramático o escénico?

Me resuena con particular intensidad la palabra “escena”. Busco la etimología de escena: viene de un vocablo griego y significa choza, tienda de campaña, cobertizo de ramas; la skene era una edificación ubicada frente al público, en donde los actores se podían ocultar y hacer cambios de vestuarios y máscaras.  Escena, cobertizo. El cobertizo nos pone a resguardo de la intemperie.

Volver al psicoanálisis desde la escena y las máscaras, desde lo que las máscaras ocultan y revelan; también, desde el entrecruzamiento entre lo social y lo subjetivo que ponen en evidencia (historia singular, significaciones sociales, mitos individuales y colectivos). Mario Buchbinder y Elina Matoso definen a la máscara como el órgano de superficie del conjunto de las relaciones sociales. Volver al psicoanálisis desde estos recorridos. En mi caso, aprehender la profunda verdad subjetiva que deshojan (“Pinta tu aldea…” dicen por ahí). Seguir dialogando sobre estas cuestiones para estar, quizás, un poco más al abrigo de ciertas preguntas y reflexiones compartidas en torno a una praxis que, muchas veces, nos enfrenta con la soledad, el sufrimiento y la angustia que nos hace humanos. También, con el encanto y la maravilla.

Hago un ejercicio de elucidación crítica sobre este modo particular de hacer psicoanálisis, en donde el trabajo con lo escénico, los recursos expresivos y las máscaras delimitan un espacio, a modo de escenario, para que se articule algo de lo inconsciente, siempre a producir, entre luces y sombras. El escenario como un espacio de génesis de representaciones, con lo que queda por dentro y por fuera, con sus parpadeos y claroscuros. Espacio fundante en un encuentro entre miradas. Con sus inercias y potencias, fuerzas encontradas entre lo instituido y lo instituyente que van pujando entre el devenir, el acontecimiento y los interrogantes.  El escenario como una metáfora de la subjetividad. 

Al final, fueron tres hojas. Amplié el escenario. Abro entonces el juego, amplío el campo de los interrogantes. Habilito y comparto estos apuntes para reflexionar sobre un psicoanálisis dramático con máscaras, un psicoanálisis en construcción…



[1] Del libro “¿Qué significa partir?” de Jean Luc Nancy.

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